El Perú en las tinieblas

Por Álvaro Vargas Llosa
Puede decirse que un país
alcanza cierta madurez en su trayectoria política, en su desarrollo como
sociedad, cuando sus elecciones tienen un razonable grado de
previsibilidad y normalidad.
Previsibilidad y normalidad no
significan que se sepa quién va a ganar ni que dejen de ocurrir hechos
sorprendentes o fenómenos complejos desde el punto de vista de la
psicología de masas. Significa que ciertos límites actúan de
garantía, que los parámetros fijados por el uso, la costumbre y las
instituciones están allí de manera permanente para dar a la vida
política esa cualidad que hace de una elección presidencial o
parlamentaria algo que no va a alterar lo esencial de la sociedad civil.
Aunque en el contexto actual -un mundo
de indignados en el que incluso los países desarrollados experimentan
populismos- hablar de previsibilidad y normalidad suena audaz, sigue
habiendo una frontera que separa a unos pueblos de otros. Porque sabemos
que, pasada la turbulencia, los países previsibles y normales retomarán
un cierto rumbo y que la gente volverá a actuar allí con un talante
conservador. Conservador de izquierdas o derechas, pero conservador en
un sentido temperamental, diríamos psicológico, no ideológico.
El Perú, donde tienen hoy lugar
elecciones presidenciales, está decididamente del lado imprevisible y
anormal de la frontera. Es más: puede decirse que, de los países que más
han avanzado económicamente en la región latinoamericana en el último
par de décadas, es el más imprevisible y anormal.
Por eso puede hoy pasar
cualquier cosa. No se publican sondeos desde hace una semana, pero todo
indicaba que Keiko Fujimori ganará esta primera vuelta con muchos votos,
mas no los suficientes para ahorrarse un traumático balotaje contra
quien quede segundo o segunda. Todo indicaba que el segundo lugar lo
ocupará Pedro Pablo Kuczynski, un conocido economista, ex banquero de
inversión y ex ministro, o Verónika Mendoza, la joven cusqueña de
ascendencia francesa que ha resucitado electoralmente a la izquierda de
pura cepa.
Hasta allí no parece haber nada
imprevisible o anormal. Ocurre, sin embargo, que de cómo se resuelva la
incógnita del(a) acompañante de Keiko Fujimori de cara al balotaje
depende infinitamente más de lo que suele depender el destino de un país
previsible y normal respecto de un proceso electoral.
Podrían suceder muchas cosas graves. Por
lo pronto, no sabemos si Keiko Fujimori haría un gobierno en la estela
del de su padre o pensado para reconciliar a ese apellido tan mancillado
por la dictadura con la ética, el estado de derecho y los valores
humanistas. Tampoco sabemos si, en caso de llegar Verónika
Mendoza a la segunda vuelta, algo que el día de los últimos sondeos
publicados parecía probable dada su tendencia ascendente, haría un
gobierno acorde con las ideas que representa hasta ahora y las de
quienes la acompañan, o actuaría, en contra de las señales que emiten
los grupos que conforman su Frente Amplio, atendiendo a lo que
sucede en Uruguay desde hace años, donde la moderación socialista ha
prevalecido sobre las corrientes revolucionarias que conforman ese otro
Frente Amplio.
Por tanto, está en juego casi todo: la democracia, la economía de mercado, las instituciones y valores republicanos.
Estas cosas importantes estaban en estado todavía adolescente antes de
los comicios, a pesar de que la democracia lleva ya algunos años y de
que la economía de mercado ha sobrevivido a muchos sobresaltos. Pero
eran, son, realidades que, como todo adolescente, apuntan hacia algo y
delatan ya rasgos de personalidad más o menos nítidos. Les falta mucho
desarrollo, pero ya están en desarrollo. Al decir que todo está en
juego, por tanto, no quiero decir que peligra un estado de cosas
satisfactorio. No: lo que peligra es la posibilidad de alcanzar un
estado de cosas satisfactorio hacia el cual el Perú, a pesar de las
falencias de su sistema político y económico, marcha desde hace unos
años. Lo que está en juego es el rumbo, la trayectoria, por tanto
aquello que ya se ha logrado, esa primera etapa del camino hacia la
madurez.
Kuczynski es quien encarna la mayor previsibilidad y normalidad en la baraja de posibles competidores de la segunda vuelta.
Pero, dado que todo indica que una final entre él y Keiko Fujimori
sería una “photo finish”, el país también se juega lo avanzado si queda
segundo el ex ministro de Fernando Belaunde y de Alejandro Toledo. Por
dos razones: de un lado, la pregunta sobre el tipo de gobernante que
sería Keiko sigue siendo una tiniebla misteriosa aun con Kuczynski de
segundo; del otro, aun suponiendo que el economista ganase esa segunda
vuelta, quedaría planteada la incógnita de qué clase de oposición hará
la rediviva izquierda peruana.
Uno de los elementos llamativos
del Perú de las últimas décadas había sido la jibarización de la
siniestra tras el declive de Izquierda Unida, la fuerza marxista que el
fallecido Alfonso Barrantes convirtió en la mayor de América Latina en
democracia. En parte porque el trauma que vivió la sociedad
peruana con Sendero Luminoso y el MRTA deslegitimó al socialismo legal,
en parte porque el modelo (semi)liberal reforzó a una clase media
temerosa del intervencionismo estatal excesivo, en parte por el espectro
chavista que planeó sobre la América Latina de la última década y
media, la izquierda peruana fue prácticamente expulsada de la ciudad.
Lo que quedó de ella fueron dos cosas:
movimientos extraparlamentarios focalizados con capacidad para paralizar
unos cuantos proyectos mineros o tumbar ministros en coyunturas
puntuales, y algunos intelectuales que veían desde la impotencia el
ocaso de su causa.
Esa izquierda debió prestar sus
votos y sobre todo sus ideas a otros líderes, por ejemplo Ollanta Humala
en 2006 y 2011, cuando fue menester. Pero Humala, un nacionalista de
influencia velasquista al que las circunstancias y la intuición de su
políticamente ambiciosa mujer desplazaron en un momento dado hacia otro
lado del espectro, no era de los suyos. Los traicionó, expulsándolos de
su entorno y de su gabinete, en el primer año de gobierno.
Entre las primeras nacionalistas que abandonaron a Humala por considerar
que había dado la espalda a la “gran transformación”, el programa
altamente estatista y dudosamente democrático con que fue elegida la
bancada parlamentaria de Humala y con el que él ganó la primera vuelta,
estuvo precisamente la congresista Verónika Mendoza.
Atractiva, bien hablada y con
esa mezcla políticamente potente que da a una figura pública el tener
una raíz andina y otra europea, Mendoza acabó a la cabeza de un
conglomerado de izquierda muy típico de la siniestra peruana incluso en
tiempos de Barrantes: protoplasmático, múltiple, contradictorio y
condicionado más por las divisiones que por un proyecto ilusionante.
Sin embargo, ella recordó al Perú en esta campaña algo importante: que
incluso en esta etapa exitosa del país -si tomamos la última década y
media, por ejemplo-, hubo siempre un sector de descontentos, de
marginados, de peruanos que no habían participado de la fiesta. Y
también, que sigue habiendo entre el sur andino y el norte costeño, o
entre la Lima centralista y la provincia envalentonada, una disonancia
profunda. Después de todo, los más de 30 puntos que alcanzó
Humala en la primera vuelta en 2011 algo habían tenido que ver con eso,
aun cuando crepitaran en ese fuego otros factores, especialmente la
esperanza de que un ex militar pusiera orden en una sociedad corroída
por la delincuencia común y unos instintos nacionalistas que podrían ser
llamados de derechas.
Un buen día, en la etapa
postrera de estas elecciones, Verónika Mendoza empezó a crecer, dando
legitimidad a muchos de esos grupos radicales que habían paralizado
proyectos mineros y organizado manifestaciones agresivas contra ciertos
emblemas del nuevo Perú en años recientes. La ayudó el ansia de
novedad. El electorado peruano tiene una aparentemente incurable
debilidad por lo (que juzga) novedoso desde hace ya décadas. En una
primera etapa de esta campaña, la búsqueda de novedad se volcó con el
candidato Julio Guzmán, un ex funcionario del actual gobierno sin ideas
claras y con peso ligero al que sus gestos e imagen juvenil llevaron a
un segundo lugar con tendencia velozmente ascendente. Otro candidato que
captó parte de esa inclinación por el rupturismo con lo tradicional fue
César Acuña, cacique político norteño que encarna al empresario exitoso
salido de abajo, en el que una parte del electorado parecía ver algo
distinto aun cuando su trayectoria política encarnaba lo rancio de la
república.
Pero las autoridades electorales, cuya
conducta confusa, contradictoria, reglamentarista y acaso políticamente
inducida ha sido la vergüenza de estos comicios, sacaron a ambos de
carrera. El espacio que dejaron lo fueron llenando otros, como Alfredo
Barnechea, un periodista y escritor de antigua militancia aprista que en
estas elecciones es candidato por Acción Popular, el partido de
Belaunde, al que él ha ayudado a revivir. La otra novedad era
Mendoza: durante pocas semanas, ambos, con discursos cuestionadores del
modelo imperante, se disputaron el factor novedad. Barnechea, que en un
momento dado alzó vuelo, perdió alas porque quiso competir con Mendoza
por los votos de la izquierda; su apuesta mejor hubiera sido competir
con Kuczynski por los del centro (centroderecha y centroizquierda).
También, porque su talante intelectual le jugó alguna mala pasada ante
cámaras en ambientes populares en los que un político más intuitivo
hubiera transmitido una imagen más bonachona.
Kuczynski permaneció, en toda esta
coyuntura, estancado en un 15 o 16%. Había tenido un bajón que apuntaba
al precipicio tras la arremetida de Guzmán y Acuña, pero luego de la
expulsión de ambos recuperó su intención de voto original y se quedó
allí (algo similar sucedió con Keiko Fujimori, pues luego de perder
algunos votos en favor de Guzmán y Acuña, aumentó su porcentaje y se
detuvo donde está ahora). Por eso, en el “sprint” final, Mendoza lo
alcanzó y ambos acabaron, el domingo pasado, en empate técnico.
No está claro si Kuczynski ha
logrado resistir la embestida de Mendoza o si la líder de la izquierda
se lo ha llevado de encuentro y se ha colado en la segunda vuelta. Lo
sabremos esta noche.
Pero vuelvo a la idea original: Fujimori, que quiere convencer al Perú de que no es lo mismo que su padre pero despierta las peores sospechas, está a las puertas del poder. Se enfrentará en segunda vuelta, sin embargo, a un antifujimorismo decidido y numeroso. Mendoza ya ha logrado un triunfo aun si no llega al balotaje, dándole a la izquierda ideológica una presencia que no tuvo en muchos años. Kuczynski, a sus 77 años, pugna conmovedoramente por un poco de normalidad. Y los ex presidentes Alan García y Alejandro Toledo se despiden de la política de primer nivel devorados por las tinieblas. Las propias y ajenas.
Pero vuelvo a la idea original: Fujimori, que quiere convencer al Perú de que no es lo mismo que su padre pero despierta las peores sospechas, está a las puertas del poder. Se enfrentará en segunda vuelta, sin embargo, a un antifujimorismo decidido y numeroso. Mendoza ya ha logrado un triunfo aun si no llega al balotaje, dándole a la izquierda ideológica una presencia que no tuvo en muchos años. Kuczynski, a sus 77 años, pugna conmovedoramente por un poco de normalidad. Y los ex presidentes Alan García y Alejandro Toledo se despiden de la política de primer nivel devorados por las tinieblas. Las propias y ajenas.
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