La difícil tarea de revocar a Maduro

Por Carlos Alberto Montaner
Es bastante obvio que los chavistas, con
Nicolás Maduro a la cabeza, no están dispuestos a cumplir las leyes y
perder el poder. Las elecciones y la legalidad burguesa eran útiles
cuando tenían o podían simular que poseían la mayoría de los electores.
Ahora, y desde hace unos años, sólo les queda invocar la sacrosanta
revolución y gobernar apelando a la razón testicular.
La estrategia es muy simple y
transparente: cuando pierden el control de alguna institución (las
gobernaciones, las alcaldías, la Asamblea Nacional) la vacían de
funciones reales, que pasan a ser ejercidas directamente por el
Ejecutivo o núcleo duro de la dictadura.
A los representantes de la mayoría
opositora los dejan figurar en el organigrama de la República, ocupando
cargos nominales y cobrando todos los meses algún estipendio, pero sin
poder real. Cuando protestan en las calles por esta burla a la voluntad
popular, los represores asesinan a unas cuantas personas como forma de
escarmiento y acusan a las víctimas de haber causado las muertes. Ésa es
la increíble historia de Leopoldo López, de Antonio Ledezma y de las
docenas de presos políticos que hay en el país. Estamos ante una
dictadura mal disfrazada de Estado de Derecho.
Por eso Maduro no se va a someter al
revocatorio. Sabe, además, que puede gobernar a su antojo mediante el
control del Poder Judicial, anulando todas las decisiones y acciones del
Legislativo, pero ese fraudulento modelo no puede operar si la
oposición ocupara el Palacio de Miraflores. El sistema quedaría
descabezado.
A partir de ese punto –temen–, se
iniciaría el desmantelamiento del disparate chavista. Se pondría punto
final a los cuantiosos subsidios al gobierno castrista, miles de agentes
de inteligencia cubanos serían devueltos a la Isla, comenzaría la
cacería judicial de corruptos y narcotraficantes –un grupo tan enorme
como purulento– y peligrarían –piensan– quienes han sido los pilares del
peor gobierno de la historia de ese país.
Naturalmente, Maduro y el chavismo jamás
asumirían que luchan por sus vidas, sus privilegios y los botines
obtenidos tras el saqueo del país. Para justificar la razón testicular
existen palabras o frases altisonantes como “antiimperialismo”,
“revolución”, “agresión yanqui”, “neoliberalismo”, “cuarta república”,
“Comandante eterno” y otras coartadas parecidas extraídas del salivero
ideológico. Las excusas no faltarán jamás.
¿Qué pueden hacer los venezolanos ante
esta violenta situación? El dilema es muy doloroso. Desde el punto de
vista legal está justificada la resistencia activa a la tiranía. Lo dice
y condona el artículo 350 de la Constitución bolivariana: “El pueblo de
Venezuela, fiel a su tradición republicana, a su lucha por la
independencia, la paz y la libertad, desconocerá cualquier régimen,
legislación o autoridad que contraríe los valores, principios y
garantías democráticos o menoscabe los derechos humanos”.
Pero “desconocer” es una palabra vaga.
¿Cómo pueden los venezolanos desconocer a la pandilla de malhechores que
controla el país si estos no se someten a la regla de la mayoría? Ya se
sabe que el camino de golpear las ollas no conduce a la libertad.
Tampoco el de marchar por las calles de unas ciudades que hoy están en
poder de grupos armados de malandros, como allí les llaman a los
delincuentes.
Tampoco ignoran los demócratas
venezolanos que están prácticamente solos en su lucha. A los “hermanos”
latinoamericanos les importa un rábano lo que acontezca en ese país, y
los estadounidenses han decidido que Venezuela no es un peligro, sino
una molestia que en algún momento implosionará debido a la infinita
incompetencia de sus administradores, sin necesidad de que Washington
intervenga directamente en el conflicto.
Mi vaticinio, muy impreciso e inseguro,
es que un día algún oficial de las fuerzas armadas, horrorizado por el
enorme desastre provocado por Maduro y los cubanos, tratará de sublevar a
sus compañeros para rescatar al país, a mitad de camino entre el
patriotismo y la ambición de poder, como hizo Wolfgang Larrazabal en
1958.
O acaso, que un grupo de jóvenes civiles
armados, convencidos de que el chavismo le ha cerrado totalmente las
puertas a la democracia, se echarán a los montes o iniciarán una
revuelta dentro de la estrategia guerrillera urbana, sacrificio que
pudiera desencadenar el fin de la dictadura mediante sucesos hoy
imponderables.
Mientras tanto, continuará el éxodo de
los venezolanos más emprendedores y educados hacia cualquier punto del
planeta en el que puedan rehacer sus vidas, aumentando progresivamente
la pérdida de capital humano que sufre el país. Venezuela, simplemente,
se desangra sin remedio. Es tristísimo.
El autor es periodista y escritor. Su último libro es la novela Tiempo de Canallas.
No comments:
Post a Comment